lunes, 24 de mayo de 2010

La servidumbre. Por: Lili

Anoche terminé de leer el libro “The help”, por Kathryn Stockett. Es un libro que habla sobre la vida de la servidumbre negra en los años 60 en Jackson, Mississippi. Me hizo reflexionar muchas cosas sobre la servidumbre en México, pero sobre todo me recordó mucho a mi muchacha María Luisa. Y bueno, al igual que la autora, nunca tuvé la oportunidad de despedirme de ella y de darle las gracias de corazón. Tal vez por eso he decido escribirle unas cuantas líneas para agradecerle su paciencia, dedicación y chiqueos en tantos años de mi infancia.

Recuerdo muy bien que fue ella la que me enseñó a rezar el rosario. Me llamaba todas las noches para que bajara a su cuarto a rezar con ella. A veces, me entretenía en la habitación de mis papás con la esperanza de que no me llamara, pero sólo lograba escaparme cuando mi mamá le decía que esa noche rezaría con ellos aunque no fuera verdad. Y no que no me gustara rezar, pero es que a esa edad, creo que tendría 8 ó 9 años se me hacía muy largo el rosario. Fue María la que me compró mi primer escapulario, me leía libritos religiosos y me llevaba a ofrecer flores a Fátima. Definitivamente tuvo mucha influencia en mi formación religiosa, tal vez más que las monjas del Miraflores con todas sus normas.

Me gustaba mucho pasar el tiempo con María, me sentaba en el fregadero a peinar mi muñeca, a rezar, mientras ella recogía la cocina y el resto de la casa dormía la siesta.

Ahora que soy mamá, aprecio más que nunca la ayuda de las muchachas como llamamos a la servidumbre en México. Tal vez de niña no tenía porque apreciarla, a fin de cuentas, todas mis amigas también tenían servidumbre y lo consideraba como algo común y corriente. Era de lo más normal ordenárles lo que se nos ofrecía. Y esto desde la más temprana edad. Recuerdo cuando María nos preguntaba a cada uno de mis hermanos que queríamos de cenar. ¿Se imaginan un menú diferente para 4 niños?

Yo como mamá, servidumbre y cocinera, no les doy a escoger a mis niños que hay de cenar y mucho menos les preparo algo diferente a cada uno.

Creo que pasamos por alto la ayuda que la servidumbre nos presta. Y es que en México es tan barato la obra de mano que es fácil encontrar familias con mucamas, cocineras, niñeras, chofer, jardinero y demás. Los niños aprenden desde pequeños a dar ordenes a la servidumbre. Ellas están para servirnos y nada más.

Después de casarme y venirme a vivir a USA, mi vida de princesa cambió para volverme Cenicienta. Mi esposo se ríe, pero es verdad, antes de casarme, nunca tuve que lavar un escusado o cocinar algún platillo. Ahora si que extraño la ayuda de las muchachas. Y ahora también puedo entender un poquito más su comportamiento a veces rudo y el por que se van o renuncian tan pronto. Es demasiado el trabajo y muchas veces el trato malo. Ojalá las valoráramos más como personas, pues no sólo ayudan en las labores cotidianas y tediosas de la casa, sino que crían y enseñan a los niños muchas veces con más amor y dedicación que sus madres mismas.

La servidumbre forma una parte muy importante de las familias aunque la misma no se dé cuenta de ello.
Tengo que admitir que extraño la ayuda de la servidumbre, la comida preparada cuando llegas cansada a tu casa, tu ropa lavada y planchada y mucho más. Sin embargo, lo mejor que me pudo pasar de venirme a vivir a USA y no tener esa ayuda, es el gozo de criar yo personalmente a mis hijos. Porque tanto en el libro como en México, se vé como muchas veces los niños son criados por la servidumbre.

No niego que me gustaría tener la ayuda para la limpieza de la casa, pero la “nanny” para que me cuide a mis niños, no! El gozo de criarlos, educarlos, apapacharlos y jugar con ellos le dan un pleno sentido de satisfacción a mi vida.

jueves, 13 de mayo de 2010

En el mercado con Iker

El aprendizaje significativo conlleva un compromiso fuerte por parte de todos los adultos que intervenimos en la educación de los infantes. No es algo complicado, es simplemente situar y experimentar lo vivido durante las horas de cole, ya sea en casa o en cualquier otro sitio extraescolar.
Recuerdo que en mi escuela primaria invariablemente, al iniciar el trimestre, escribíamos el dictado del que sería el temario de unidad: “El reino animal”, poníamos con nuestros primeros garabatos, para enseguida especificar los objetivos y los subtemas. Algo se quedaba de esa escucha que luego se reproducía de manera libre en el dibujo que representaba a aquél nuevo aprendizaje.
Mis padres revisaban cautelosamente lo que allí escribíamos y hacían hincapié a la hora de la comida en repasar lo visto en la escuela, no con la intención de evaluar sino con la curiosidad de quien se muestra interesado por tu saber. “¿qué has aprendido hoy en clase?”. Esos pequeños saberes adquirían otra dimensión cuando en el huerto de casa buscábamos bichos o cuando con el jardinero recogíamos las hojas amarillentas que marcaban el otoño.
El paso del líquido a gaseoso se vería reflejado en una serie de cubitos de hielo de jamaica que luego saboreábamos para apalear el calor de verano y durante las granizadas recogíamos hielo para comprender la condensación del agua en las nubes y su veloz desprendimiento al paso de una ola de calor. Mi padre, experto en las áreas de física y matemáticas no perdía la ocasión para hacernos comprender que la velocidad es el resultado de la distancia sobre el tiempo. Así durante los viajes contábamos los kilómetros marcados en los pibotes de la carretera siempre pendientes del reloj. Mi madre por su parte afirmaba que la cocina era el mejor laboratorio de química y física de nuestra casa, aún cuando la catástrofe nos llegaba porque la olla Express reventaba.
Nuestro hijo tiene la fortuna de aprender en una escuela en donde se le da absoluta importancia al aprendizaje in situ. Esta mañana, de la mano de su padre y de sus pequeños compañeros, Iker asistió al mercado. Allí observaron lo que durante la semana se ha trabajado en clase: La importancia de las profesiones, la cadena del comercio, el valor del trabajo.
Invito a todos los adultos a ser partícipes de este diario descubrimiento del mundo. Que cuando nuestros hijos nos digan: “hoy hablamos de los seres inertes” no nos quedemos quietos sino que salgamos al parque a recolectar seres inertes y seres vivos. Hablar sobre animado, lo inanimado, lo que nace, se reproduce y se muere, lo que se modifica, lo que permanece… todo un mundo de conocimiento que puede hacer nuestro día verdaderamente apasionante.

Aupa Aleti


Iker y Julen celebran la victoria de la tribu del Atleti en Hamburgo desde la lejana Reserva India de Fuengirola.

miércoles, 5 de mayo de 2010

El pequeño comercio y el timo de la sombrilla

Hace un par de días dejó de llover. En Málaga, como mamá empuja carreolas, hay que pasar de los plásticos cubre portabebés a sombrillas cubre sol. En uno de mis trayectos más pesados (casa-natación) noté que mi bebé comenzaba a ponerse coloradito de sus piernitas y me detuve en una de estas tiendecillas de barrio en donde aún venden zapatitos tejidos a mano. Entré para preguntar por las sombrillitas y la dueña muy amable me mostró todas. Quede en volver al día siguiente pues tenía que buscar el anexo que unía a la sombrilla con la carreola, al parecer los que tenía a la mano no le iban.
Así pues, volví, convencida de que ayudar al comercio pequeño es bueno. Siempre me han gustado esas tienditas que traen memoria de infancia, esos lugares que han vivido y sobrevivido en los barrios.
Esta vez no estaba la dueña sino una probable socia que "amablemente" me montó la sombrilla, me cobró y me mandó a casa. Dos calles después comenzaron los problemas y la vuelta atrás era casi imposible con un niño que lloraba demandando su cena. Pensé en llegar a casa y después de dormir a los niños observar con calma la razón por la cual la sombrilla giraba saliéndose del carrito nomás inclinarla.
Me llevó dos días averiguarlo (se cruzó el fin de semana con un largo puente) y en uno de sus giros inesperados una tuerquita abandonó su sitio quedándome con un paraguas cojo.
Hoy volví a informarles que algo andaba mal y que la sombrilla se había descompuesto. Para mi asombro la amabilidad de la dependienta se tornó en una acidez inmejorable. Comenzó diciéndome que me había vendido algo en buenas condiciones a lo cual le dije que era verdad, que no estaba yo loca como para llevarme un artículo roto, pero ni siquiera me dejó explicarle el mecanismo de fallo. Salí frustrada y pidiendo hablar con la dueña, a lo que respondió que en breve ella se quedaría con la tienda (a modo de amenaza). Regresé llorando a casa con impotencia, sintiéndome engañada. Confundí la calidez con una hipócrita estrategia de mercado de la cual yo salí con un paraguas roto, carente de instrucciones ni garantía.
Ahora creo que ayudar al pequeño comercio puede resultar una metedura de pata. Mi marido dice que de haber ido al Corte Inglés hoy tendía una sombrilla nueva o mi vale de compra. Es una pena, pero hasta en algo tan simple como esto sale a relucir la injusticia del mercado... grande o pequeño, el consumidor es siempre el timado...

domingo, 2 de mayo de 2010

Una mamá frustrada. Lilí

Hola, finalmente me uno al equipo y sólo quiero compartir unas cuantas líneas esta noche. Llevo unas semanas frustradas queriendo tener tiempo para poder investigar como acceder y entender estos rollos tecnológicos nuevos. Y es que como Comunicóloga, no puedo, ni debo quedarme atrás, pero es que el papel de mamá llama primero y por más que uno quiere, llega el final del día y sólo pides cama. En fin, hoy termina mi frustración pues finalmente pude entrar al maravilloso blog de las mamás de mundo para el mundo. Nueva frustración: encontrar los acentos en la mac. Lilí desde San Diego, California.

martes, 13 de abril de 2010

Lloviendo piedas. La Mirona.


El viernes había comenzado como un viernes normal para los diferentes grupos religiosos de esta ciudad. La llamada del moacín a la oración en el día sagrado de los musulmanes, la preparación del shabbat para los judíos, el fin de semana para los cristianos, y para nosotros, como comunidad que vive en la burbuja expatriada, un viernes más de colegio para los niños. Solo que además, este viernes había reunión de padres y madres con las profesoras de mis hijas, ambas de la sección maternal, lo que equivale a la educación infantil de 3 a 6 años en España.
En una de las reuniones, parte de la conversación se centró en cómo la profesora en cuestión controla el comportamiento de los niños y niñas en clase. Algunos padres protestaban porque sus hijos de 5 años no quieren ir al colegio ya que se sienten intimidados por los continuos gritos y regañinas de la maestra. Mi experiencia con tres niños en este colegio durante casi dos años, me ha hecho conocer diferentes clases y profesores y profesoras y a estas alturas me permito decir que los gritos no son patrimonio exclusivo de una clase o una maestra, sino que son habituales en la mayoría de las aulas y espacios del colegio. Reconozco y agradezco las escasas excepciones con las que me he encontrado.
La escuela en sus relaciones y como forma de socialización es un reflejo de la sociedad en la que se encuentra inmersa, por lo tanto, en un ambiente tan fracturado y agresivo como el que nos encontramos en Jerusalén, nuestra escuela, a pesar de ser un colegio internacional, no podía escapar de ello. Los niños y las niñas desde temprano, empiezan a manifestar comportamientos competitivos y agresivos, que en muchas ocasiones es difícil contrarrestar o modificar. De todas estas cosas habíamos hablado en la reunión y como era de preveer terminamos tarde.
Cuando por fin salimos del colegio, y pasamos del Jerusalén Oeste al Jerusalén Este, la hora de la oración en la Mezquita de Al-Aqsa hacía rato que había terminado, y por lo tanto el tráfico era fluido por la mayoría de los barrios árabes. Para mi sorpresa, casi no había policía en las calles y los barrios no estaban cerrados. Hacía días que no reinaba tanta calma. Sin embargo, al llegar cerca de casa, la luz de alerta se encendió en mi cabeza. Algunos periodistas con cascos filmaban lo que ocurría pocos metros más abajo. Al girar vi un grupo de hombres concentrados, así que decidí cambiar de dirección para evitar la manifestación. Girar el volante y sentir que la luna delantera de mi coche estallaba y se convertía en una densa tela de araña fue todo uno. Nunca el título de la película de Ken Loach me había parecido real, pero ese día llovieron piedras, no muchas, solo una, pero tan grande que me destrozó la esperanza. Mis hijos en la parte trasera del coche recibieron algunos cristales, no gran cosa la verdad, sin embargo se asustaron mucho, el impacto había sido tremendo. Yo reuní lo que me quedaba de calma, y con el pulso temblón llegué a mi casa.
Lo peor no fue el mal rato que pasaron mis hijos y que aún recuerdan como la piedra que llovió del cielo, lo peor fue ver la indiferencia con la que policía, conductores y espectadores reaccionaron. Nadie movió un dedo, nadie intentó ver si estábamos bien…, nadie se movió. Es triste aceptar la violencia como parte de nuestra cotidianeidad, pero ese es el resultado de este conflicto israelí-palestino que dura décadas. Incluso nosotros, los extranjeros, los diferentes, los que cruzamos de un lado al otro de Jerusalén sin prejuicios nos vamos poco a poco impregnando de esa realidad.
Cómo explicar a nuestros hijos e hijas que no deben tener miedo, que la lluvia de piedras es un fenómeno meteorológico o un accidente aislado y no una agresión premeditada, con consecuencias graves. Cómo evitar en el lenguaje los calificativos despreciativos y cómo hacer que entiendan aquello de que el hombre es bueno por naturaleza. Cómo defender el diálogo como el arma más adecuada para resolver los conflictos... Cómo mantenernos objetivos...

jueves, 11 de marzo de 2010

Y el tiempo se detuvo. Maite




Llegué a Andalucía cuando mi niño recién cumplió los tres meses. Acababa de dejar la coordinación de un maravilloso Colegio Montessori en el cual aprendí durante un par de años a observar a los niños.
Desde la postura de María Montessori es imprescindible observar antes de programar, crear o elaborar un trabajo para los pequeños. Son ellos quienes, desde su propio interés se van acercando al conocimiento. Por ello es tan importante respetar su ritmo y tendencias naturales.
Firme creyente de su filosofía, llegué a vivir a la tierra más anárquica y alejada de la postura montessoriana. El orden que sugiere para crecer con armonía reina por su ausencia en estas calles malagueñas. Recuerdo que los amigos se sorprendían cuando me negaba a mantener a mi hijo en la carreola a la intemperie después de las nueve de la noche en una terraza de algún bar. Los niños en esta tierra se adaptan al ritmo y espacios de los adultos y no al contrario.
En casa hemos tratado de que los niños tengan un horario establecido, una rutina que les de seguridad y les marque las pautas a seguir diariamente. En esta tierra se llega a pensar que esta forma de trabajar con los niños es demasiado rígida y probablemente podría llegar a serlo si no se tiene en cuenta -ante todo- el ritmo del niño, esos momentos mágicos en los que observamos que nuestros hijos e hijas están sumergidos en una actividad que los está acercando a un nuevo saber, a una forma diferente de entender su entorno.
Hoy tocaba el baño, como cada día, a las siete y media. Cuando me dispuse a avisarle a Iker que su tina estaba lista, observé desde la puerta del cuarto que estaba colocando las letras de imán con el esmero de quien desea aprender a escribir. Con sus tres años (muy entrados en cuatro) jugaba a formar palabras.
Era un pecado interrumpir ese momento mágico, ese periodo de concentración profunda (como lo llamaba María Montessori), así que paré el tiempo y disfruté observando a mi niño crecer.